Teatralización
Amalia
una anciana delgada, con el rostro muy
pálido y lleno de arrugas, con los
cabellos blancos, con una vestimenta de color negro y con
un carácter demasiado antipático. Javier
un niño joven, que le gusta mucho leer libros sobre fantasía y con
un carácter simpático y alegre . Amalia
está en una habitación pequeña, la anciana está sentada en una
butaca antigua, a
su lado hay una pequeña mesa donde encima
de ella guarda los hilos y las agujas de coser, junto la mesa hay un
sillón en que está sentado Javier.
AMALIA:
¿No ha venido tu prima Obregón? (Con una voz que pretendía firmeza
pero sonó temblorosa.)
JAVIER:
Se ha quedado en Villa Candelaria. ¿Puedo pasar? (La anciana se
aparta de la entrada y echa a andar, renqueando, hacia la sala de
estar. El entra en el piso, cierra la puerta y la sigue)
AMALIA:
Mi hija ha salido (Se acomoda trabajosamente en su mecedora) así
que, si quieres tomar algo, cógelo tu mismo de la nevera.
(Javier
se sienta en una
silla, muy erguido y un poco envarado).
JAVIER:
No quiero nada gracias.
AMALIA:
¿No quieres nada? Entonces, ¿a qué has venido?
JAVIER:
Usted los sabe
(La
anciana titubea, como si quisiera decir algo, pero no se atreve ha
hacerlo; el labio inferior le tiembla. Finalmente, agacha la cabeza y
se suma en un negro silencio)
JAVIER:
Fue usted, ¿verdad?
(Tanto
tarda Amalia en
responder que
cree que no
había oído su pregunta, o que no había querido oírla . Sin
embargo, tras una larga pausa, musita:)
AMALIA:
Sí, fui yo. (Respira hondo)
JAVIER:
¿Y por qué lo hizo? (La anciana levanta la cabeza y le dirige una
mirada repentinamente desvalida)
AMALIA:
Sabía que ibais a volver; lo supe el otro día, en cuanto os vi
entrar en el bar. (Se encoge
de hombros). Supongo que tarde o temprano, alguien tenía que
descubrir mi secreto. Aunque bastante tiempo lo he guardado; un poco
más y me lo llevo a la tumba. (Dejó
escapar un largo suspiro). Tengo ochenta y
seis años, niño; soy muy, pero que muy vieja, y hace tanto que
sucedió aquello que ya casi ni me acuerdo. Pero no me arrepiento de
nada, de eso bien seguro puedes estar. (Vuelve
la mirada hacia el ventanal y la pierde
en el azul del cielo; sin mirarle, prosigue)
Aquella noche, la noche que se fugó la
señorita Beatriz, yo la acompañé al puerto. Todavía recuerdo cómo
se abrazaron ella y el capitán Cienfuegos, lo felices que estaban ,
los besos que se dieron... Justo cuando iba a embarcarse en el
Savanna, la señorita recordó algo. Se acercó a mí y me dijo que
había dejado olvidado el collar en el cajón secreto de su
escritorio , y me pidió que lo cogiera y que se lo diera a su
padre.
JAVIER:
Pero usted no lo hizo.
AMALIA:
No. Cogí el collar al día siguiente, lo guardé en una caja y no le
dije nada a nadie.
JAVIER:
¿Por qué?
AMALIA:
Ni yo misma lo sé... Al principio, lo único que quería era tener
el collar un tiempo, y luego devolverlo. Era tan bonito...Pero los
Mendoza lo reclamaron en seguida, incluso pusieron un pleito a los
Obregón. Entonces caí en la cuenta de que escondiendo el collar
podría vengarme de mis patrones, y eso fue lo que hice.
JAVIER:
Vengarse de sus patrones... (Sorprendido por el rencor que destilaban
las palabras de la anciana). ¿Tanto los odiaba?
AMALIA:
Con toda mi alma. Eran malas personas, niño; gente pagada de sí
misma y sin corazón. Y bien seguro puedes estar de que me alegré
con cada uno de los males que sufrieron por
lo que les hice. Se lo merecían, eso y
mucho más.
JAVIER:
¿Y Beatriz? ¿No la apreciaba?
AMALIA:
Claro que sí; la quería muchísimo, ya te lo he dicho.
JAVIER:
Pero usted permitió que todo el mundo pensara que ella robó el
collar. (Amalia tuerce el gesto y se pone a la defensiva)
AMALIA:
La señorita consiguió lo que quería (objetó irritada). Se fue con
el hombre al que amaba, a vivir en un país lejano. ¿Qué izo
después con él? ¿Lo vendió?
(La
anciana alza el bastón y descarga un fuerte golpe con la contera en
el suelo)
AMALIA:
¡No me faltes el respeto, niño! (Exclama muy enfadada). ¡¿ Te
crees que soy una ladrona?! Si me quedé con el collar fue para
vengarme de los Obregón, no por dinero. ¡Claro que no lo vendí!
(Javier alza las cejas).
JAVIER:
¿Qué hizo con el?... (Amalia se apoya en el bastón, se pone en pie
y echa a andar)
AMALIA:
Espera aquí. (Javier aguarda, puede que no más de cinco minutos; al
cabo de ese tiempo, la anciana regresa con una caja bajo el brazo).
Toma. Puedes devolvérselo a los Obregón, o quedártelo, o hacer con
él lo que el que quieras. Yo ya no lo necesito para nada.(Javier
desconectado, coge la caja y la examina en silencio.)
JAVIER:
¿Quiere decir que aquí está...?
AMALIA:
Sí, ahí está. Llévate-lo de una vez, estoy hasta el moño de
tenerlo. Y si los Obregón me denuncian a la policía, me da igual.
Diles de mi parte que ya no son mis amos, que soy demasiado vieja y
me importa un bledo lo que hagan. (Javier oye hablar a Amalia, pero
apenas prestaba atención a sus palabras, todos sus sentidos están
concentrados en aquella vieja caja de latón. Lentamente comienza a
desatar los nudos que la mantenían cerrada).
AMALIA:
¡No la abras! Guardé ahí el collar hace setenta años y, desde
entonces, no he vuelto a verlo.
JAVIER:
¿Por qué?
AMALIA:
Porque quien evita la tentación evita el pecado. Ya ni me acuerdo de
cómo era el collar, así que no se te ocurra abrir esa caja delante
de mí (Le dirige una hosca mirada). Ahora, niño, lárgate de mi
casa. Lárgate de una maldita vez y no vuelvas nunca.